Reseña del libro de Juliet B. Wiersema, The History of a Periphery: Spanish Colonial Cartography from Colombia’s Pacific Lowlands. The University of Texas Press, 2023. 256 pp.
Por: Carmen Fernández-Salvador
En años recientes la historia de la cartografía ha sido abordada desde una postura crítica. Desde esta perspectiva, los mapas no se entienden ya como una representación desinteresada de la geografía y pasan a ser considerados como artefactos culturales, estrechamente relacionados con las relaciones de poder y su ejercicio. Así, se ha resaltado la necesidad de penetrar en el discurso cartográfico, reconociendo su capacidad de argumentar y persuadir.1 Estas ideas se hacen presentes en The History of a Periphery, publicación reciente de la historiadora del arte Juliet B. Wiersema.
En este libro Wiersema examina cuatro mapas manuscritos de las tierras bajas del Pacífico colombiano realizados en la segunda mitad del siglo XVIII. A pesar del gran potencial económico de la región, debido a la existencia de recursos naturales como el oro, la autora la sitúa en la periferia del virreinato de Nueva Granada. Este es un concepto clave en el sentido de que articula la dicotomía entre los márgenes —las zonas sobre las que se ejerce el poder— y los centros políticos, en donde reside la autoridad. El término “periferia” se refiere además a la distancia, geográfica pero también conceptual, que separaba las tierras bajas de las principales urbes. Lo que resulta particularmente interesante es que, mientras que los mapas que se estudian en este volumen ratifican el evidente aislamiento geográfico de la periferia, también visibilizan la fragilidad del dominio político sobre la misma. Así, Wiersema resalta la “omnipresencia del mundo natural” en contraste con la escasa evidencia de presencia humana. De manera transversal, en el libro se aborda la idea de “espacio acuático”, paralelo al “espacio terrestre”, reconociendo la importancia de los ríos y de un sistema ecológico ribereño sobre el que se asentó una población étnicamente diversa compuesta por indígenas, afrodescendientes, españoles y mestizos, cuyas voces se revelan a través de la cartografía.
Los capítulos 1 y 2 introducen al lector a la geografía, economía e historia cartográfica de Nueva Granada en el siglo XVIII. En los capítulos que siguen Wiersema analiza con detenimiento los mapas en cuestión, tres de los cuales reposan actualmente en el Archivo General de la Nación de Bogotá —Mapa del río Atrato y pueblos de indios cunacunas (1759); Mapa de la provincia del Chocó y parte meridional de Panamá con fundaciones hechas en Cúpica (1783); Mapa de la costa del Pacífico desde Buenaventura hasta el río Naya (1742–1780)— mientras que el cuarto, que se centra en la región del río Dagua (1764), se encuentra en la Biblioteca del Congreso en Washington, D.C. Cuidadosamente delineados, los mapas manuscritos, como bien señala Wiersema, formaban parte de casos legales y por ese motivo deben ser consultados de la mano de los expedientes documentales de los que inicialmente formaron parte. A través de esta cuidadosa lectura de imagen y texto la autora aborda otros problemas relevantes para el estudio de la cultura colonial, como la extracción de recursos naturales, las disputas por la tierra, los esfuerzos para pacificar a los grupos indígenas o las campañas para la construcción de infraestructura y vías de comunicación como estrategia de dominio territorial.
Como bien se argumenta en las páginas iniciales, la mayoría de los mapas de Nueva Granada realizados entre los siglos XVII y XVIII presentan a las tierras bajas del Pacífico como terra incognita, o como un espacio vacío. Este es el caso del que realiza el grabador y cartógrafo holandés Hessel Gerritsz (1625) y de varios otros que se imprimen en Europa, pero también de algunos mapas producidos por mandato de burócratas locales, como el Plan geográfico del virreinato de Santafé de Bogotá (1772), de Antonio Moreno y Escandón. Esto se explica, en parte, porque muchos de sus autores carecían de un conocimiento cercano de la topografía americana y los ejecutaban a partir de información obtenida de terceros. Una excepción notable es Francisco José de Caldas. En su Carta esférica del virreinato de Santafé (1797) Caldas utiliza la información que se había presentado anteriormente en el mapa de Jean-Baptiste Bourguignon (1748), pero la corrige a partir del conocimiento que él mismo había adquirido durante sus viajes. No obstante, la poca información que el científico proporciona sobre el Chocó reafirma la percepción que se tenía de la región como un espacio remoto, aislado y desconocido. En contraste, afirma Wiersema, a pesar de que los mapas manuscritos que se analizan en este libro no se interesan por la correcta representación científica, sí recogen, cuando se los lee en diálogo con la documentación que los acompaña, conocimientos y preocupaciones locales, y por lo tanto visibilizan lugares marginales y recónditos.
El libro es innovador no solo porque desplaza nuestra atención hacia los márgenes del imperio español. A diferencia de los mapas impresos, que presentan una geografía ordenada y a la vez removida de la experiencia del espectador, los manuscritos presentan lo que Henri Lefebvre denomina un “espacio vivencial”2. En esta línea, reconocer a los mapas manuscritos como el resultado de la contribución de varios y diversos actores es un importante aporte de este volumen. Por un lado, la autora identifica los nombres de cartógrafos locales, como el de Lorenzo Alarcón, cuya firma aparece en el Mapa de la provincia del Chocó (1783). No obstante, en ellos también están presentes el conocimiento y la experiencia de la geografía local que los cartógrafos obtienen de grupos subordinados, como en el caso del Mapa del río Dagua, cuya información sobre los ríos y caminos fue muy probablemente proporcionada por habitantes afrodescendientes. Por su parte, el Mapa de la costa del Pacífico, en diálogo con el texto documental, incorpora el conocimiento que obtuvo Manuel Caicedo, su posible autor, de los guías indígenas que le acompañaron en su viaje por la región.
El libro está bellamente ilustrado con magníficas y abundantes fotografías de los mapas en cuestión. Por ese mismo motivo, sí se extraña una discusión más detallada de la estética, técnica de manufactura y materialidad de los mismos, lo que podría haber brindado un mayor conocimiento sobre su ejecución, circulación y recepción. Dicho esto, The History of a Periphery explora material documental y cartográfico inédito y lo examina desde una perspectiva original. Fruto de un dedicado y minucioso trabajo de investigación de archivo, este libro es una importante contribución a la historia de la cartografía, la historia y la historia del arte, y será de gran interés para investigadores de diferentes disciplinas interesados en los estudios coloniales.