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Vidas robadas

Director Área Académica Humanidades y Estudios Literarios y Edición. Doctor en Teoría del Arte y la Arquitectura de la Universidad Nacional de Colombia. Sociólogo de la Universidad Nacional de Colombia, Magíster en Comunicación de la Pontificia Universidad Javeriana, Especialista en Diseño Urbano, de la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Sus áreas de trabajo se concentran en la teoría estética, la crítica cultural y las sociologías urbana y del arte.

El 1 de junio de 2021 se inauguró la exposición “Vidas robadas”, curada por Doris Salcedo y María Belén Sáenz de Ibarra. La intención curatorial se enmarcó en lo que Salcedo ha llamado “Acción de memoria”. Como en otras acciones llevadas a cabo por Salcedo, esta se realizó con carácter urgente. En esta ocasión, enmarcar, darles rostro y nombre, a las víctimas de la violencia ejercida por la fuerza pública, desde las protestas de 2019 hasta el Paro Nacional de 2021. El título de la exposición, “Vidas robadas”, hace eco del libro de Judith Butler Marcos de guerra. Las vidas lloradas (2010), en el que se reflexiona sobre la desigual distribución del duelo público ante la pérdida de algunas vidas. Algunas declaraciones de Salcedo dan cuenta de esto:

Las víctimas que han muerto durante estas protestas tienen rostros que debemos reconocer y nombres que debemos nombrar como una manera de hacer el duelo por su irreparable ausencia (…) vidas robadas es una muestra austera, solemne, presenta la desolación en la que habitan los dolientes y también el resplandor y significado que cada nombre y cada rostro tiene para sus familias.1

Doris Salcedo, Vidas Robadas.

Después del Acuerdo de Paz (2016) firmado entre el gobierno colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (farc), Salcedo ha realizado acciones semejantes en la Plaza de Bolívar de Bogotá: “Sumando ausencias” (2016), una acción en la que se tejió una inmensa mortaja mediante la unión de 1900 telas en las que se inscribieron, con cenizas, los nombres de 1900 víctimas del conflicto armado; “Quebrantos” (2019), una acción en la que, con vidrio quebrado, se escribieron los nombres de 165 líderes y lideresas asesinados entre 2016 y 2019. En 2017 se instaló “Palimpsesto”, una obra comisionada por el Museo Reina Sofía de Madrid para el Palacio de Cristal: mediante un complejo sistema hidráulico aparecían y desaparecían los nombres de inmigrantes ahogados en el Mar Mediterráneo. Si se tiene en cuenta lo que Mieke Bal señalaba en 2014, es claro que en estos trabajos se da un giro en la obra de Salcedo: “Aunque nunca ha dado los nombres de las víctimas cuya desventura impulsa sus obras, como una Antígona contemporánea las rescata del olvido por otros medios” (2014, 212, la cursiva es mía). Es decir, después de 2016 aparecen nombres y, en 2021, rostros: “rostros que debemos reconocer y nombres que debemos nombrar”.

Estas acciones de memoria han sido, a la vez, acciones de duelo. Salcedo las realiza desde hace décadas: durante el 6 y el 7 de noviembre de 2002 descendieron del Palacio de Justicia 280 sillas durante 53 horas en conmemoración de las víctimas y desaparecidos de la toma y retoma del Palacio en 1985. El 3 de julio de 2009, Salcedo realizó una acción en la Plaza de Bolívar de Bogotá mediante el encendido de 24 mil velas en memoria de los 11 diputados del Valle del Cauca asesinados por las farc. Algo converge en todas estas acciones: la persistencia del suelo (que obliga mirar hacia abajo) y la idea del descenso (en contravía de la verticalidad). Principios llevados a cabo en “Fragmentos” (2018), un “contramonumento” en el que las armas dejadas por las farc fueron fundidas para construir el suelo de una casa abandonada e intervenida arquitectónicamente para tal fin. Si un monumento se levanta del piso al cielo y está hecho para una mirada distanciada y contemplativa, conceptualmente el contramonumento es una toma de posición contra la verticalidad y la institucionalidad de la retórica monumental, que normalmente glorifica o conmemora un acontecimiento del pasado.

“Vidas robadas” se llevó a cabo en “Fragmentos”. Tanto las imágenes de las víctimas como sus datos biográficos hacen parte de una investigación llevada a cabo por Cuestión Pública, bajo la dirección de las periodistas Diana Salinas y Claudia Báez. De modo que el trabajo de Salcedo y Sáenz de Ibarra consistió en la disposición de estos nombres y rostros en la sala principal de “Fragmentos”. La entrada a la sala la daba un poema de Osip Mandelstam titulado “El siglo” y el recorrido por la sala se acompañaba de la escucha del Requiem IV Lacrimosa de György Sándor Ligeti. Las acciones de duelo hacen que, a juicio de Bal, Salcedo se transmute en una Antígona contemporánea que ritualiza la muerte. Simbolizar las pérdidas humanas y ritualizar su muerte es un paso indispensable para que la condolencia pública acontezca, para que tengamos la capacidad de llorar las muertes ajenas como si fueran propias. Cuando una vida no es digna de ser llorada, estamos declarando que esa vida no fue digna de ser vivida (Butler 2010).

Ha sido necesario hacer un recorrido por las acciones de Salcedo para dar cuenta de esto, pero es necesario también dar cuenta de algunas transformaciones. Si bien es cierto que Salcedo ha realizado estas acciones públicas que construyen un marco para la condolencia pública, también lo es que las vidas segadas en el contexto de las protestas y el Paro Nacional de 2021 no son anónimas ni permanecen en el olvido, como suele señalarlo la artista. Muestra de ello son las manifestaciones de arte urbano, murales y grafitis, que traen a la memoria los rostros y los nombres de las personas asesinadas, los memoriales construidos en la calle por la ciudadanía, como en el caso del asesinato Dylan Cruz en 2019, acciones que ritualizan estas pérdidas mediante música, cantos y danzas nacidas al calor de protesta. Formas de recortar el espacio y el tiempo que dan lugar a aquello que el establecimiento encubre: los asesinatos de civiles por parte de la fuerza pública. Salcedo parece no conocer o reconocer estas acciones de la población civil, de ahí que considere que es su responsabilidad hacer visibles estas pérdidas:

Nos corresponde visibilizar la experiencia de las víctimas más vulnerables y más anónimas de la violencia política. Desde fragmentos consideramos, que para lograr que estas experiencias trágicas, no queden reducidas al lamento, el silencio y la soledad de los dolientes, esta experiencia singular debe ser inscrita en una acción de memoria pública.2

Doris Salcedo, Vidas Robadas

Es cierto que Salcedo ha hecho memoria mediante acciones de duelo en momentos en los que la población civil parecía indiferente. No obstante, estamos presenciando un despertar de la población civil, que considera como propias las pérdidas de vidas humanas no circunscritas a su entorno más próximo: los asesinatos de líderes sociales, de defensores de derechos humanos y ambientales, de jóvenes que protestan legítimamente en las calles. Una comunidad cohesionada por el dolor de estas pérdidas que demuestra mediante la conmemoración y el llanto colectivo que estas víctimas no están solas ni son anónimas.

Bibliografía

Bal, Mieke. 2014. De lo que no se puede hablar. El arte político de Doris Salcedo. Medellín: Universidad Nacional de Colombia.

Butler, Judith. 2010. Marcos de guerra. Las vidas lloradas, Madrid: Paidós.