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Rojo de Giovanni Vargas Luna.Constelaciones, Exploraciones, Apariciones

Por: Patricia Zalamea1 y Fernando Zalamea2

“Se cree que se es artista para hacer imágenes bonitas.
Poco se cree que existan imágenes invisibles.
Se sigue creyendo que las imágenes ‘son’, ‘existen’, son ‘dadas’ como la historia;
en vez de pensar que ellas aparecen.”

Giovanni Vargas3

Cosmologías

Mirar hacia los cielos con asombro es seguramente una de las actividades humanas más antiguas, íntimamente conectada con nuestra capacidad de contar historias, de emprender viajes extraordinarios bajo la guía de los astros, de crear cosmogonías en donde lo humano es inseparable de ese más allá que se observa pero que, hasta hace poco, estaba fuera de nuestro alcance. Así como dejar huellas sobre nuestra superficie terrestre —desde las improntas pictóricas rupestres de nuestros ancestros hasta las intervenciones ecológicas del arte contemporáneo— ha sido una actividad humana imprescindible, representar el espacio extra-terrestre ha estado íntimamente conectado con la imaginación y la creatividad. Esas partículas externas —que provienen de otras estrellas, planetas, lunas, meteoritos y asteroides, entre otros— conforman, como lo sabemos ahora, una parte esencial de nuestra sustancia humana. ¿Será que la fascinación humana y su búsqueda por alcanzar ese más allá es una forma inconsciente de reconocernos como descendientes directos de las partículas del cosmos? Ahora que hemos poblado nuestros cielos con satélites que nos sirven de ojos para entender el más allá, que se convierten en basuras orbitando a nuestro alrededor, las cosas han cambiado: somos nosotros quienes proyectamos desde nuestro mundo hacia fuera, pero ¿para qué?

En tiempos modernos, en medio de nuestra especialización del conocimiento, la tendencia es a relegar el estudio de los cielos a las ‘ciencias exactas’. Sin embargo, algunos artistas, como el colombiano Giovanni Vargas Luna, se han dedicado a recuperar el cosmos como ese lugar en donde confluyen las ciencias, las artes y el sentimiento religioso. En sus proyectos más recientes, como Rojo —una serie de impresos con textos encuadernados, folletos, hojas, libros y pliegos— da cuenta de cómo la exploración espacial, especialmente de Marte, queda representada en gráficas, cuantificada en relaciones, traducida en cuadrículas. Al mismo tiempo, las formas, los textos y las texturas de sus impresos subrayan que el cosmos es siempre una revelación: una representación del más allá, del infinito, de mundos que desconocemos pero que podemos imaginar.

Los impresos cosmológicos de Vargas Luna entran en resonancia natural con los marcos críticos de Walter Benjamin y Aby Warburg. Por un lado, las Constelaciones de Benjamin convocan un espacio sideral invisible, al que se contrapone el espacio de la cultura; en medio, el artista sirve de puente creativo entre los phantasmata del universo y de nuestro ser interior. Por otro lado, las Metamorfosis de Warburg trazan las variaciones de temas de la historia del arte, a caballo entre figuras imaginarias, especulaciones alquímicas y (des)controles científicos; en medio de elusivos tránsitos que le superan, el artista construye trazas de su visión. Vargas Luna se sitúa bien en ese camino medio entre el artista y el científico, a la vez inventando y explorando residuos de otros mundos y de nuestro mundo. Una urdimbre profunda de afinidades electivas entre lo visible y lo invisible, lo extrínseco y lo intrínseco, lo astronómico y lo místico –siguiendo la tradición poético-naturalista de Kircher, Goethe, Novalis, Humboldt– guía las redes que construye Vargas Luna, con la precisión del poeta y la plasticidad del científico.

La obra de Vargas Luna, perfectamente anclada en nuestra época, fruto del coleccionismo cibernético que usa para encontrar sus imágenes, combina una resistencia poética-política ante un mundo de datos que nos avasalla, con otra resistencia científico-política ante el mundo laxo de las vaguedades postmodernas. Continuador de una ilustración transmoderna, que ha dejado de lado ingenuas visiones de lo absoluto, pero que recupera para nuestros tiempos la potencia mística y metafísica de sondar en lo profundo, Vargas Luna nos propone buscar miles de conexiones entre fenómenos ocultos. Convertidos en cibernautas, podemos darnos el lujo de navegar por el espacio del internet en búsqueda de imágenes infinitas del cosmos. Hace pocos meses, circuló ampliamente una imagen del primer atardecer visto por ojos humanos en Marte. En la ciencia ficción, llegar a otros planetas resulta esencial para nuestra supervivencia, una vez la humanidad esté a punto de terminar de destruir nuestro planeta terrestre. A la luz de nuestra realidad social y la inequidad global, pareciera absurda la inversión en la exploración planetaria. Sin embargo, se hace. Y entre los astros que deslumbraron a nuestros ancestros, el cielo se poluta, a su vez, de los deshechos de aquellas carreras espaciales. En este sentido, la obra de Vargas Luna es tan poética como política. Cada objeto lleva una aguda consciencia sobre su valor impreso, sobre el lugar que ocupamos en “la hermandad de la-basura-espacial” así como lo describe Juan Álvarez en una cita incluida en el libro Vagabundos.

¿Pero qué tipo de objetos son los impresos de Vargas Luna? A primera vista, parecieran libros de artista, un género artístico conocido por el trabajo gráfico, que combina texto con imagen para producir libros artísticos, enfatizando la obra del artista, muchas veces conocido en otros medios no necesariamente librescos. Pero a diferencia de muchos libros de artista, los libros de Vargas no son objetos de lujo ni versan sobre su obra anterior, si bien están minuciosamente elaborados y cuidadosamente dispuestos sobre papeles de diferentes colores y texturas acartonadas. Simultáneamente de factura sencilla y conceptualmente sofisticados —en cuanto a la escogencia de formatos, colores, símbolos y organización gráfica— estos objetos forman parte de un proyecto amplio, de larga duración, en donde cada una de sus partes se traduce en distintas hojas, colecciones, carpetas o pliegos de papel. Los aglutina un interés persistente por el cosmos, constante en su obra a lo largo de más de una década, como se observa en Las visiones de Caroline Herschel (2015), una serie de 40 dibujos en los que dibuja esgrafiando una capa de grafito y revelando imágenes cósmicas que salen del papel blanco. De forma similar, en Caídos del cielo (2015), colecciona imágenes tomadas del internet que muestran objetos caídos a la tierra desde el espacio.


Rojo, un proyecto de Giovanni Vargas Luna

Más recientemente, a partir del 2020, un proyecto titulado ROJO se ha convertido en toda una cosmología de múltiples obras en las que, a su vez, colaboran otros artistas4. Estos, a la manera de satélites y órbitas que van y vienen en el proceso exploratorio, revelan también el espíritu curioso y generoso de Vargas Luna, en donde las formas y el arte surgen de procesos e interacciones. El planeta rojo —también conocido como Marte, el mismo astro que le dio el nombre al dios romano de la guerra, y vecino mítico de la Luna, consignada en el segundo apellido de nuestro artista— ha sido objeto de ensoñación de la humanidad durante milenios, tanto así que los grandes poderes mundiales siguen dispuestos a invertir grandes sumas de dinero por alcanzarlo. ¿Y los humanos? Seguiremos soñando con ese planeta cuasi-terrenal, cuya promesa de hogar futuro (en caso de que el nuestro ya no exista) reside en su pasado acuoso y atmosférico. ¿O será más bien una visión materializada de nuestro futuro — un planeta seco y rocoso, con corrientes subterráneas (existencia recientemente comprobada) que marcan la historia de su pasado como planeta que alguna vez fue habitable, pero que se quedó sin atmósfera?

Distribuidas sobre un cuarto de pliego que se desdobla entre aterrizadores y exploradores, satélites y sondas, las gráficas se clasifican por colores y formas. Una tabla nos remite a los grandes poderes involucrados en la exploración de Marte —Rusia, Estados Unidos, Japón, Europa, India, China, Emiratos Árabes— usando formas geométricas distintivas para cada uno. Una serie de óvalos, pentágonos, cuadrados, triángulos, resalta toda una tradición platónica y pitagórica, ahora enlodada por las técnicas que ha inventado el hombre en su exploración interplanetaria e interestelar. Las constelaciones astronómicas se reflejan, deformadas, en las metamorfosis de la ciencia y el arte. Los colores señalan el pasado, presente y futuro de los objetos espaciales. En una de las caras, una cita invertida de Ray Bradbury –“Predecir el pasado, recordar el futuro. Muy cerca de la caverna, muy lejos de las estrellas”– subraya nuestro frágil lugar en el cosmos.

Esta gran hoja va de la mano de Vagabundos (2021), un libro de pequeñas dimensiones pero particularmente robusto, impreso con serigrafía sobre papel y diseñado por Juan Sebastián Rosillo. En la carátula aparecen los mismos signos que identifican a los países poderosos que se han dedicado a explorar Marte. Alternando hojas de cartón con hojas transparentes y delicadas que nos invitan a descubrir las misiones espaciales y aparatos que ha intentado acerarse a Marte entre 1960 y 2024, cada entrada incluye los datos básicos de la misión y su alcance. La inconsecuente precisión de la ciencia queda aquí revelada en toda su endeblez, y las vanas exploraciones en las órbitas marcianas solo parecen dejar su rastro en los diagramas icónicos de Vargas Luna. Las marcas artísticas convocan un “mundo ancho y ajeno”, del que finalmente solo subsisten residuos y escorzos. La sólida robustez del libro, pesado como un ladrillo, se contrapone con la delicada difuminación de las vanidades humanas.

Rojo es un proyecto colaborativo, en el que participan, a la manera de órbitas en movimiento, otros artistas 5. En una carpeta gris, titulada HRW DSR, de Sebastián Rosillo, 31 hojas imprimen el nombre de Marte en distintas lenguas y en su reverso se encuentra la huella gráfica de alguna estación o proyecto astronómico ubicado en distintas partes del mundo. Cabe anotar que HRW DSR es el nombre egipcio para Marte. Así, el tejido de la palabra y el símbolo adquieren aquí una sensualidad muy original. El espacio y la especie dialogan en un juego de infinitos espejos. Sobre un fondo profundo de páginas blancas que evocan un mar incognoscible, las grafías nos recuerdan las olas superficiales del saber. Al final, un texto de Santiago Wills, titulado Almanegra, discurre sobre un árbol precioso y algunas reflexiones en torno a nuestra relación con los árboles. Así como Marte parece algo tan lejano o “marciano”, los árboles son nuestro polo a tierra, literalmente. Además sabemos que los árboles se conectan y se comunican entre sí a través de sus raíces; así, la inclusión de Almanegra pareciera ser un llamado a conectar estos dos mundos.

Un pequeño libro, con un agujero físico en todo su centro, reúne textos de Angélica Ávila, Laura Escobar y Tania Ganitsky. Un sticker pegado en el cielo son las palabras que dan vueltas sobre el agujero. Una hoja suelta —del mismo cartón marrón de la caratula y la contra carátula— tiene un circulo plateado en relieve en todo su centro, ¿una suerte de luna, un espejo? La hoja marrón con el círculo galáctico puede intercalarse en distintos momentos por entres las hojas más livianas del libro, marcando así nuestra lectura y pausas por entre sus partes. En ella encontramos una suerte de subtítulo: Construir de nuevo un mundo. Una exploración en complicidad. Colores rojizos, marrones, blancos y negros se alternan en la paleta tipográfica y entre los fondos de las páginas. Las páginas rojizas van marcando secciones con tonos de escritura distintos: en una primera parte, se anuncia una suerte de cántico que invoca a los más antiguos del cielo, alternando entre imágenes sobre agujeros, la oscuridad, el frío y la soledad, y lo que quedará: las reliquias del futuro (¿luz de las estrellas?) que nos permitirán ver hacia el pasado. En un segundo momento, aparecen evocaciones sobre los ancestros, con sueños de volar al espacio, de astronautas que alguna vez fueron, tal vez, ángeles. Constelaciones, exploraciones y apariciones vertebran todo el trabajo colaborativo de Vargas Luna.

En om – El Orden del Mundo, un gran bloque horizontal cuyas hojas se abren primero en dirección vertical y luego horizontal, una encima de otra, con extensiones que crean una suerte de deslizamiento en relieve a color–, las referencias a Marte adquieren una nueva dimensión, incluso sonora, pues se refiere también a la reverberación del om y los sonidos que transmiten los satélites. Con textos blancos que acompañan cada destello de una mancha color naranja-rosado fosforescente sobre un fondo gris, cada hoja hace referencia a un año y a un lugar. La mancha —con efectos de aurora boreal— es en realidad un mapa de la región en donde está ubicado el lugar exacto de Marte en Rusia. Su revés muestra una cuadrícula cambiante, al igual que la mancha con sus bordes nebulosos que va desplazándose por entre cada hoja, a la manera de un aparato que se acerca con medidas exactas a su objetivo, ofreciendo una imagen borrosa tomada a través de un lente que nunca alcanza del todo a captar su objetivo. Las fluctuaciones de los tamaños parecieran corresponder a las distancias entre el lente y el territorio. Así, en medio de las paradojas de un proyecto que se hace ‘científico’ en su precisión de datos y medidas, los colores y el pasar de las hojas nos envuelven en una atmósfera eminentemente poética, de una ensoñación irradiante en medio de las nubes naranjas. En paralelo, los textos de Manuel Kalmanovitz recorren diversos viajes y evocan imágenes de expediciones a la manera de historias fragmentadas.

En un libro de hojas azules, también diseñado por Sebastián Rosillo, un texto de Antonio Ungar —99. Sólo la música nos puede salvar en esta noche marciana— se despliega como pequeñas crónicas numeradas a lo largo del impreso. El ejercicio consiste en imaginarse estando en Marte — en medio del frío invierno, corriendo sin gravedad (para convertirse en objeto de contemplación), criando mascotas (que terminan por volverse invisibles), durmiendo, rezando, comiendo, escribiendo. Después de descubrir uno de estos párrafos en Facebook, Vargas Luna recuerda que en paralelo estaba dedicado a coleccionar banderas inspiradas en Marte encontradas en internet. Así como “ellas dan cuenta de los símbolos más apropiados y representativos de los ideales y sentimientos humanos frente a la posibilidad de habitar este planeta”, los textos de Ungar, intercalados con fotografías plateadas de superficies arenosas onduladas y cráteres, se suman a la bella extrañeza de una cierta ‘estética marciana’.

Por contraste, un gran pliego negro, como replicando la imagen del cosmos, impreso por lado y lado, anota ya no los países que han participado en exploraciones espaciales, sino las empresas que se han involucrado directamente para lograrlo. Diseñado por Mónica Páez y Giovanni Vargas (2022), el pliego incluye un recuento histórico sobre el paso de la exploración espacial como un asunto de gobiernos en la Guerra Fría, a uno en manos de corporaciones privadas y multimillonarios como Jeffrey Bezos (Amazon) y Richard Branson (Virgin). Aquí, cada astro muestra el logo de alguna compañía o institución, mientras que las constelaciones revelan las conexiones entre ellos. La riqueza de pensar en inversiones adquiere aquí una fuerza particular, gracias al recto y el verso del pliego: si el recto nos aturde con los círculos asociados a los grandes magnates de la tecnología y nos impresiona con el horror del poder, el verso se libera de las imposiciones y propone en cambio decenas de caminos alternativos para el desarrollo de instrumentarios terrícolas y galácticos, que se acerquen más fielmente a la inagotable imaginación de la humanidad.


Apariciones

La inclusión meticulosa de datos y referentes en los impresos de Vargas Luna pareciera reflejar una metodología casi obsesiva de coleccionista que mide cada detalle. Al mismo tiempo, la fluidez caracteriza la forma en que se deslizan y se articulan las formas, los textos, las gráficas y las imágenes por entre sus impresos. En Nube nueve (anexo), por ejemplo, se incluye su colección de meteoritos 6. La gracia está en que ese coleccionismo podría parecer gratuito o algo fortuito, pero en realidad es el comienzo de una gran investigación que se alimenta de todas las herramientas contemporáneas posibles, desde el dibujo hasta las búsquedas cibernéticas, en donde el azar se entremezcla con logaritmos hasta dar con un hallazgo — una imagen que aparece. Cada parte que conforma el proyecto Rojo, por ejemplo, es una forma de concretar esas apariciones sobre papel, en donde los impresos se convierten en objetos cuya tipografía, imágenes y signos se compenetran en diagramas exquisitos, invitándonos a recorrer sus caminos por diferentes vías.

Un último objeto-impreso que forma parte de la serie da cuenta de un Sistema de sincronizón óptica espacial, lo que podría también llamarse ‘metodología’ y ‘bibliografía’ en ciertos escenarios, pero que aquí toma una forma digna del lenguaje artístico que caracteriza todo el proyecto. En un gran pliego, diseñado con María Jimena Sánchez, rastrea sus referentes de la investigación, a la manera de un mapa que conecta —en ambas direcciones— a la Tierra y a Marte. Los referentes —clasificados como textos, eventos, mundo material, ideas, proyectos, personas, video y sonido— se distribuyen como ondas circulares de títulos que viajan hacia la tierra desde Marte o desde otros planetas o del más allá, o desde la tierra hacia Marte o a otros planetas de la galaxia o al espacio externo desconocido.

La variedad (dimensión horizontal) y la profundidad (dimensión vertical) acompañan toda la obra de Vargas Luna. Demiurgo contemporáneo, digno de la inconcebible inventividad de Kircher en su Musurgia Universalis (1650) o de Florenski en sus Imaginarios en Geometría (1922), el artista nos permite recorrer las urdimbres invisibles de la inteligencia. Trazar incansablemente un mapa de infinitas dimensiones, enlazar mínimos residuos locales con máximas tensiones globales, construir resonancias entre el “más allá” (Warburg) y nuestro “aquí-y-ahora” (Benjamin), romper nuestras acomodadas máscaras sociales y nuestros laxos prejuicios, abrir perspectivas para un verdadero conocimiento de aquellas cosas que fluyen ante nuestros “ojos ciegos” (Tarkovski), son algunas de las tareas que Vargas Luna emprende con sumo rigor y creatividad. La bellísima factura material de sus impresos cosmológicos convoca siempre una urdimbre ideal que hace explotar nuestra limitada percepción. Rodeados como lo estamos de phantasmata, las delicadas y sorprendentes imágenes de Vargas Luna emergen para recordarnos nuestra ignorancia, pero, a la vez, para exaltar ese lugar inefable del hombre en el cosmos, capaz de acercarse cautelosamente a las profundidades más ignotas que le trascienden.


Impresos y obra de Giovanni Vargas Luna

Los siguientes impresos forman parte de ROJO, un proyecto de Giovanni Vargas, y se encuentran publicados en diversos formatos:

  • Un sticker pegado en el cielo. ROJO. Construir de nuevo un mundo. Una experiencia en complicidad. Dirección: Giovanni Vargas. Textos: Angélica Ávila, Laura Escobar, Tania Ganitsky. Edición y dirección de arte: Relámpago. Bogotá, 2022. 500 ejemplares.
  • om. El Orden del Mundo. Dirección: Giovanni Vargas. Textos de Manuel Kalmanovitz. Torrebeta (impresión offset), Rat Trap (Impresión serigrafía), Taller circular (encuadernación). Bogotá, 2022. 100 ejemplares. ISBN 978-958-49-5499-2
  • 99. Sólo la música nos puede salvar en esta noche marciana. Texto de Antonio Ungar. Diseño: Juan Sebastián Rosillo. Encuadernación: Taller Circular. Impresión: Relámpago. Bogotá, 2021. 200 ejemplares. ISBN 978-958-49-0062-3
  • HRW DSR de Sebastián Rosillo. Texto Almanegra de Santiago Wills. Bogotá, 2021. 150 ejemplares.
  • Vagabundos. Diseño de Sebastián Rosillo, 2021.
  • Pliego Aterrizadores y exploradores, satélites y sondas, 2021.
  • Pliego Sistema de sincronización óptica espacial. Mapa de referentes del proyecto Rojo. Con María Jimena Sánchez, 2022. 
  • Pliego Cúmulo: asuntos terrestres. Con Mónica Páez, 2022.
otros referentes
  • Página web Giovanni Vargas Luna. https://giovannivargasluna.com/
  • Caídos del cielo. Libro impreso en tres ediciones, 64 imágenes, 16 x 19 cm. Bogotá, 2015.

  1. Departamento de Historia del Arte, Universidad de los Andes, Bogotá. pzalamea@uniandes.edu.co ↩︎
  2. Departamento de Matemáticas, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá. fzalameat@unal.edu.co ↩︎
  3. https://giovannivargasluna.com/portfolio/las-visiones-caroline-herschel/ ↩︎
  4. Vargas Luna participó con el proyecto ROJO en el XI Premio Luis Caballero en el 2022, en donde invitó a diversos artistas a pensar sobre Marte y la exploración científica desde América Latina y Colombia. El proyecto incluyó tres exposiciones, seis episodios de podcast y cinco listas de Youtube con música y anotaciones escogidas por Vargas Luna, que pueden verse en : https://facartes.uniandes.edu.co/arte/rojo-giovanni-vargas/ ↩︎
  5. Giovanni describe el trabajo con otros artistas a la manera de “órbitas”: él mismo puede ser documentador o editor, sin una posición demasiado definida, cuando trabaja con otros artistas. En los diálogos entre ellos, están constantemente cambiando de órbitas. Conversación con Giovanni Vargas Luna, 21 de agosto de 2024. ↩︎
  6. Este proyecto está constituido de tres partes: un libro grueso con agujeros, como un queso gruyere, que corresponden a los tamaños reales de meteoritos que han caído sobre la tierra (al despegarse sus hojas va creando un mapa sobre el muro); el anexo impreso; un diseño en línea con meteoritos (colección de piedras caseras) que caen por el espacio cibernético (diseñado con Jose Sanín y Jerónimo Velásquez). ↩︎