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Natividad bajo los escombros. Una instalación de Tariq Salsa

Por: Laura Menchaca Ruiz1

En la imaginación popular de muchas personas alrededor del mundo, la ciudad de Belén es una ciudad soñolienta y provinciana que alguna vez dio refugio a la Sagrada Familia en su momento más vulnerable: cuando la Virgen María estaba a punto de dar a luz a Cristo. Cuando uno piensa en Belén, probablemente se imagina la escena familiar de María, José y el niño Jesús, acurrucados en un humilde refugio, iluminados por una estrella de otro mundo y acompañados por pastores y sus rebaños, los magos y un ángel. Esta imagen ha sido recuperada por miles de artistas en miles de versiones: impresa en tarjetas navideñas, grabada en madera de olivo, esculpida en piedra, inmortalizada en el cine y en la música. Durante siglos, esta imagen ha sido un símbolo de esperanza para los cristianos de todo el mundo, la noción de que el bien prevalecerá sobre el mal. Sin embargo, a pesar de toda la fama y el renombre de Belén, rara vez se tiene en cuenta a sus habitantes contemporáneos —los descendientes palestinos de los primeros seguidores de Cristo— o lo que está ocurriendo allí, el hecho de que Belén sea una de las principales ciudades de Palestina sometida actualmente a una brutal ocupación israelí.

En diciembre de 2023, tras casi tres devastadores meses de guerra de Israel contra Gaza, que, apenas un mes después, la Corte Internacional de Justicia consideraría un «genocidio plausible», la escena de la natividad volvió a ser imaginada en una instalación de tamaño natural por el artista cristiano palestino Tariq Salsa2.  La instalación, titulada «Natividad bajo los escombros», se forjó con metal, piedra, alambre de púa y tela, y permaneció brevemente en la Plaza del Pesebre de Belén, justo delante de la Iglesia de la Natividad, una basílica construida sobre el lugar histórico del nacimiento de Jesús, conocido como la «Gruta de la Natividad». 

Cualquiera que se pare frente a la instalación queda inmediatamente impresionado por su parecido con las espeluznantes imágenes de la destrucción en Gaza. José, María y el Niño Jesús están en el centro de la instalación, congregados entre los escombros de lo que parece su refugio bombardeado y el techo derrumbado, los restos de su humilde refugio. Hay esparcidos montones rotos de piedra caliza traída de las canteras locales, que hacen juego con las piedras de la iglesia de la Natividad, que queda justo detrás de la escena. La Sagrada Familia está rodeada de alambre de púa, que llama la atención sobre los muchos años que los palestinos han sufrido la represión: 17 años de bloqueo israelí en Gaza, 57 años de ocupación israelí en Jerusalén del Este y Cisjordania, 76 años de Nakba y muchos más de colonialismo europeo.

En el centro de la escena, Jesús está envuelto en una faja de telas, que evoca inquietantemente la imagen de un niño envuelto en un sudario funerario, con el rostro indiscernible. María está agachada junto al Niño Jesús en lo que podría percibirse como reverencia o lamento, aparentemente ofreciendo al niño a la multitud para su consideración, con José a su lado consolándola.  La escena de la Sagrada Familia es ambigua. ¿Está vivo o muerto el Niño Jesús? ¿María está apesadumbrada o reverente? Al reflexionar sobre esta cuestión, uno se da cuenta de que la escena recuerda a otras que circulan actualmente: imágenes de las madres y los padres de Gaza llorando por sus hijos asesinados. De hecho, en la guerra de Israel contra los combatientes de Hamás, casi dos tercios de todas las víctimas han sido mujeres y niños, y una gran mayoría de las víctimas en general han sido civiles.

A la izquierda de la Sagrada Familia hay un pastor —el testigo original del milagro del nacimiento de Jesús— que parece estar atestiguando nuevamente ahora, pero en un contexto diferente, rogándonos a nosotros, la multitud de espectadores, que prestemos atención. Lleva un pequeño paquete, que representa su propio desplazamiento. Detrás de las figuras está el ángel que se les apareció a María, a José y al pastor en distintas ocasiones para predecir/anunciar el nacimiento de Jesús y que presidió el nacimiento como protector y guardián. En este caso, el ángel aparece representado como un querubín con aspecto de niño, tal vez simbolizando a los muchos niños martirizados en Gaza y que en otras obras de arte palestinas han sido imaginados como vigilando desde el cielo a sus familiares supervivientes.

La inclusión del sudario, sostenido por un sabio, puede tener también un doble significado. Cuando finalmente se permitió la entrada en Gaza de un número limitado de camiones de ayuda humanitaria tras semanas de incesantes bombardeos, uno de los principales artículos que transportaban eran sudarios funerarios. En lugar de enviar artículos para salvar vidas —agua, alimentos, refugio, medicinas, suministros médicos—, los habitantes de Gaza se quedaron atónitos al recibir una gran cantidad de estos sudarios. Los gazatíes se preguntaban si los trabajadores humanitarios estaban allí principalmente para atender a la muerte (o para la prestación de ayuda de forma puramente performativa), en vez de estar ahí para cuidar la vida. El hecho de que los sabios fueran “líderes extranjeros” en la historia bíblica, y de que los camiones de ayuda estuvieran coordinados por la “comunidad internacional” hace que uno se pregunte si esta crítica también podría estar presente en la instalación.

Al contemplar la instalación, me vienen a la mente otras historias bíblicas y sociopolíticas. En el relato bíblico de la natividad, el rey Herodes ordena matar a todos los “hijos de Belén” (niños varones de Belén menores de dos años) al enterarse de una profecía que predecía que el mesías llegaría como un niño. La mayoría de los cristianos sabrán que bajo la Iglesia de la Natividad, además de la Gruta de la Natividad, hay también catacumbas donde se cree que fueron enterrados estos niños, y donde hoy se puede rezar y meditar sobre la masacre de los inocentes. Los palestinos cristianos que se reúnen en la Plaza del Pesebre para conmemorar la Navidad, al ver esta instalación in situ, comprenderían la conexión entre los niños masacrados bajo sus pies y los de Gaza, niños cuya mera existencia se considera como una amenaza para el poder estatal. En la historia bíblica, María, José y el Niño Jesús escapan, a duras penas, del destino de estos niños cuando un ángel les advierte que se despierten y huyan a Egipto en busca de refugio. Este es el mismo temor permanente de los palestinos: que las familias palestinas de Gaza, muchas ya refugiadas de la Nakba y la Naksa, se vean obligadas a abandonar Gaza y a refugiarse en el Sinaí. 

Además de las alusiones bíblicas de la obra de Salsa, también puede haber un significado sociopolítico en el lugar escogido para la instalación en la Plaza del Pesebre. La plaza une cuatro edificios, cada uno con su propio simbolismo: la Iglesia de la Natividad, la Mezquita de Omar, el Centro de la Paz y el Ayuntamiento de Belén. La colindancia de estos cuatro edificios es significativa debido a su historia interrelacionada y a cómo su historia le ha dado forma a la ciudad de Belén.

La mezquita de Omar se construyó en 1860 en honor del califa Omar Ibn Al-Khattab, que en el siglo VII conquistó el Imperio Bizantino. En lo que se conoce como el Pacto de Omar, el califa decretó que la iglesia de la Natividad siguiera siendo un lugar de culto cristiano, estipulando que los musulmanes sólo podrían rezar allí individualmente y prohibió que la llamada a la oración (al-Adhan) se hiciera desde los muros de la iglesia. Además, decretó que la iglesia estaría siempre bajo la protección del califa y que no se causaría ningún daño a la comunidad cristiana de los territorios recién conquistados. En lugar de convertir la iglesia de la Natividad en mezquita, como era costumbre durante la conquista islámica, Omar construyó un lugar de oración en las inmediaciones y, más tarde, la mezquita se edificó sobre el mismo lugar en su honor. Como en el Islam es costumbre no construir mezquitas demasiado cerca unas de otras por temor a crear desunión, esto garantizó que la Iglesia de la Natividad conservara su carácter cristiano a lo largo del tiempo. Esta historia sirve como una especie de mito fundacional de las relaciones cristiano-musulmanas en Belén, destacando la atención interreligiosa y el respeto mutuo como principios centrales de la vida palestina, así como el compromiso con la unidad palestina entre las tradiciones religiosas abrahámicas.

El Centro de la Paz es otro símbolo aspiracional del futuro palestino. El Centro, que ahora se levanta junto a la Iglesia de la Natividad y la Mezquita de Omar, se erigió en el 2000 como parte de los preparativos de Belén para el nuevo milenio, que, tras los acuerdos de Oslo, los palestinos esperaban que trajera por fin la paz, la estabilidad y, finalmente, un estado palestino autónomo. La construcción del Centro para la Paz tiene un significado especial, ya que su construcción requirió la destrucción de una gran comisaría de policía y una cárcel que habían sido fundadas por los británicos durante el periodo del Mandato para controlar al pueblo de Palestina.  La demolición de la comisaría de policía del Mandato Británico y la construcción del Centro para la Paz fue un proyecto profundamente simbólico para los habitantes de Belén, que esperaban un futuro finalmente libre del colonialismo europeo y la posibilidad de recibir a visitantes internacionales en sus propios términos.

Por último, frente al Centro para la Paz, se alza el Ayuntamiento de Belén, una institución que la comunidad de Belén se ganó a pulso durante el Imperio Otomano. La creación del municipio permitió a la ciudad ampliar su autogobierno y marcar la importancia de la región como lugar fundamental del patrimonio mundial. A lo largo de la dominación otomana, la ocupación británica y la ocupación israelí, el municipio de Belén ha servido como símbolo para las aspiraciones nacionales de libertad y autodeterminación. Desde su techo vuela una gran bandera palestina, un gesto que actualmente va camino a convertirse en ilegal en Israel, incluso en la ciudad hermana de Belén, Jerusalén, justo al otro lado del muro del apartheid.3 

Con la Plaza del Pesebre como telón de fondo, en el nexo de unión de estos cuatro edificios, la instalación proyecta la larga sombra de la historia, contando la historia de una nación que parece no poder librarse del dominio colonial, pero que sigue imaginando un futuro liberado.

Pocos días después de que yo viera por primera vez la instalación de Tariq Salsa, la comunidad se reunió en la iglesia para celebrar la misa de Navidad a medianoche. El patriarca latino pronunció la homilía, que se centró en la frase evangélica “no hay sitio en la posada”, cuando a María y José les dijeron que no había sitio para ellos, y María se vio obligada a dar a luz en una cueva para el ganado. El Patriarca relacionó la frase con la idea de que la supremacía siempre conduce a la mentalidad de “no hay sitio” y que crear espacio para las personas —y para la vida— es crear espacio para Dios (amor y paz). La noche fue catártica, una liberación colectiva tras tantos días de presenciar y ser objeto de atrocidades masivas. La gente se abrazó y lloró unida. Al final de la noche, la gente caminó en procesión, llevando una figura del Niño Jesús en alto, por encima de sus cabezas, hacia la gruta del Nacimiento, marcando así la promulgación de la Navidad. Observé cómo la multitud alzaba la figura del Niño Jesús, que parecía flotar sobre sus hombros. A su paso, la gente se inclinaba para tocarlo y besarlo. 

Mientras observaba, mi mente se fue hacia una imagen que había visto recientemente en redes sociales: un vídeo de socorristas civiles palestinos, cansados y abatidos por su proximidad diaria a la muerte, llorando de alegría y besando a un bebé de un día que acababan de rescatar de los escombros, levantándolo por encima de sus cabezas y gritando “Allahu Akbar” (Dios es grande). Sobrecogida por la inmensidad de la pérdida de aquellos últimos meses y la magnitud de la esperanza que quedaba, cerré los ojos y me dejé absorber por los cánticos de la gente que me rodeaba, que entonaba la canción que se dice que cantaron los ángeles en el nacimiento del Príncipe de la Paz: “Gloria a Dios en las alturas y paz y buena voluntad en la tierra para todos”.

  1. Laura Menchaca Ruiz es antropóloga sociocultural y creadora de medios  de las zonas fronterizas del suroeste de Estados Unidos, y actualmente reside en Belén (Palestina). Su trabajo creativo más reciente incluye un archivo audiovisual de historias cotidianas de Belén llamado Hay Betl7em, creado junto a su colaborador creativo Khader Handal. ↩︎
  2. https://tariqsalsa.info/ ↩︎
  3. https://www.972mag.com/palestinian-flag-ban-history-israelis/ ↩︎